20 enero, 2013

El más bello de los diamantes

Conmemorando el veinte aniversario de la desaparición de uno de los mitos más grandes que ha dado la industria del cine, rescatamos el post que este bloguero místico escribió hace ya algunos años a la más brillante de todas las estrellas: Audrey Hepburn. Una entrada que fue galardonada con el premio al mejor post en la categoría de cine y televisión dentro del concurso "Post 2009 Yenodeblogs".

Por siempre Audrey...


Los años sesenta han comenzado. Estamos en Nueva York, más concretamente en el escaparate de su joyería por excelencia: Tiffany's. Asomada al mismo se encuentra una figura menuda, una figura que observa las joyas que se atesoran tras él mientras su mente divaga por mundos que sólo ella es capaz de imaginar. Si mirásemos en ese momento sus ojos nos sorprenderían por su brillo, aunque nos costara adivinar si es debido al reflejo de los diamantes que está observando o porque son la manifestación clara de la estrella que guarda dentro.

Esa figura se llama Audrey Kathleen Ruston, aunque en algún momento de su vida tuviese que decir que su nombre era Edda Van Heemstra, para evitar con ello que se destapasen sus orígenes británicos en una Holanda azotada por la Segunda Guerra Mundial, una guerra que marcaría para siempre la vida de esta solitaria figura.

Si por un instante nos dejásemos hipnotizar por su sonrisa, nos costaría imaginar a esta muchacha teniendo que renunciar a su deseo de ser bailarina, porque en aquel momento su familia necesitaba el dinero por encima de la realización de cualquiera de los sueños. Tampoco pensaríamos jamás, observando esa inocente cara reflejada en el escaparate, que esos ojos fueron testigos de varios fusilamientos al poco tiempo de abrirse al mundo. Y es que, ¡cuántos secretos parece guardar esta muchacha! No sería difícil, en cambio, observar su frágil constitución y comprender que aquel cuerpo supo lo que era pasar hambre y sufrir anemia, porque aunque han pasado unos cuantos años ya desde entonces, la silueta que hoy se adivina tras el cristal aún refleja los estragos de la más terrible de todas las guerras. Pero no nos engañemos porque, aunque parezca frágil, aunque por un instante pudiese parecer que esta figura se rompería tan sólo con soplar enérgicamente el viento, esta muchacha es fuerte, tan fuerte como los deseos que siente ahora de lucir uno de esos diamantes en alguno de sus elegantes dedos. Elegante, sí... Creo que no existe palabra que pueda definirla mejor: elegancia innata que venció al hambre, que venció a la guerra, que venció incluso al abandono de su progenitor, que también pudo con el paso del tiempo, que pudo incluso con la muerte... Elegancia, sin duda, elegancia. Ninguna otra palabra podría definirla mejor.

Y sólo ahora, cuando ya conocemos un poco más esta escena, nos asalta la duda de quién estará observando a quién a través del cristal. Quizá sean esos pequeños brillantes los que lucen hoy más bellos que nunca porque están asombrados ante una visión, la de la más grande de todas las joyas que por un momento se detuvo al otro lado del más famoso escaparate de Nueva York.

¡Dedicado a tí, Audrey!

Místico